jueves, 16 de julio de 2009

Divagaciones (Drummond de Andrade) (traducción)

2 de noviembre – Tantos amigos muertos, en Río, en Minas, Sao Paulo, como reunirlos a todos en un solo pensamiento, en este día de todos los muertos?. Temo olvidar algunos. La máquina de acordarse accionada por los calendarios, hace su servicio. Tropieza aquí y allí, hesitante. Hay fisonomías tan confusas con el tiempo que podrían confundirse con fantasmas. Entretanto, vivieron a mi lado, anduvimos, bebimos y comimos juntos, sobre todo nos quedamos calados juntos, en esa intimidad mayor con que el silencio gratifica a los amigos. Cómo fui a dejar que ellos se alejasen tanto del recuerdo? No fueron ellos que me dejaron. Yo soy quien los dejó, sustituyéndolos por otras figuras. En este inventario de noviembre, verifico la segunda muerte a la que sometí a tantos muertos.
Otros, por el contrario, me acompañan el año entero, tan próximos que llego a imaginar: soy yo quien murió, y ellos están pensando en mí, prestándome vida. Al margen de toda evidencia física, esa vida me envuelve, haciendo de mí un objeto de recordación. Soy pensado por quien me piensa. Amo el amor con que me amaron y no se disolvió en el tiempo. Y como no puede existir amor sin persona amante, ellos están viviendo, por mí, en mí, la vida que perdieron.
Conozco tantos muertos que no sé si el numero de conocidos vivos es mayor que el de ellos. Fui haciendo una inmensa colección de muertos desde el día de la muerte de mi tía abuela. La muerte parecía un perfeccionamiento final, el último retoque en la fisonomía. De ahí por delante, las criaturas estarían completas, y ninguno podría deformarlas o aportarles cualquier defecto.
Sé que es vano este ejercicio de memoria en un día prefijado para el culto de los muertos. La fecha vale apenas como membrete de la necesidad de pensar en ellos habitualmente. Dije necesidad, no dije obligación. Tenerlos cerca nuestro, como compañeros fieles y discretos no es pagar una dádiva de gratitud o aplacar el remordimiento por las cosas que les hallamos hecho sufrir . Es tomar de ellos un beneficio de paz y comprensión de que la muerte posee un código. Lección de equilibrio, y también de armonía, entre las fuerzas que se cruzan fuera y dentro de nosotros, creando la angustia de vivir. Solamente entonces sentimos que ellos no nos hacen falta, es más: fue preciso que se despidieran para que los conserváramos mejor en nuestra compañía, ya sin posibilidad de roces, desconfianzas y tedio.
Quedaron limpios de cualquier negligencia. Se tornaron amor, inagotablemente.
Llevamos muchos años para llegar a este punto de convivencia no espiritual, no religiosa, con los muertos. Es una sociedad encantadora, por la pulcritud, por la sensibilidad, por la sutileza del entendimiento mutuo. Sonreímos muchas veces al recordad un trozo del temperamento del muerto, y nos permitimos con él juegos y bromas que en vida no nos animábamos a hacer. El humor revitaliza la nostalgia, si es que puede llamarse nostalgia a la sensación de presencia tranquila en los días de sol, en la caminata que vamos recorriendo, con el amigo invisible, llamémoslo Juan, Pedro, María, tantos, longevos, próximos, vivos, perfectos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario