jueves, 16 de julio de 2009

Sin título


El poder


La palabra (1995)

Llámala
A mi palabra
La que sólo
sabe nombrarte.
Ruédala
En tu preciado cuerpo
El que sólo puedo
arañarte.
Ámala
Y ya en cenizas
Por tu hombría
Transformada
Devuélmemela
Para darle
al mundo
La necesaria
y dispersa
belleza que
le haga
falta.

Soberana (1995)

Quiero ser la que absorba cada día
la magnitud de los campos
hasta llegar al mar.
La que sienta que tu fuerza
es semejante a las olas
La que no envidie la sal del viento,
ni los peñascos altos,
ni la furia del sol, que no te tienen.

La que guarde mil danzas
en una copa de jerez,
y la beba cuando haya fiesta
y cuando no la haya.
Buscar también mis sandalias
más alla de los bosques,
desatadas y locas, despiertas,
de mi salvaje amor
y de tu amor salvaje.

No ser la prima donna
de un palacio inmenso,
pero sí la soberana del
castillo gris de tus ojos.
La que lleve escrita en sus
largos vestidos
tu historia también larga.
Y tu misterio de lino.
La que no lleve corona
porque la cubre tu risa.

Levedad (1995)

Yo no le pregunto
a mi ardiente verano
cuál es su pena
Y al invierno oscuro
le soporto su daga
Pero a mí:
¿Quién me sacará
el peso de tu nombre,
tan pesado de la
levedad de nunca
haber sido mío?

ROJAS AMAPOLAS EN MONTE CASINO (traducción del polaco) Cuadro: Maki



Ves estos escombros en la cumbre?
Allí se esconde tu enemigo como una rata.
Deben, deben, deben,
Tomarlo del pescuezo y bajarlo de las nubes.
Y fueron enloquecidos, encarnizados,
Y fueron a matar y vengar,
Y fueron como siempre tercos,
Como siempre con honor a pelear.

Rojas amapolas en Monte Casino,
En lugar de rocío, bebían sangre polaca.
Por esas amapolas iba el soldado y perecía
Pero mas fuerte que la muerte era el enojo.
Pasaran los años y los siglos,
Quedaran las huellas de los días pasados,
Y solamente las amapolas de Monte Casino
Serán más rojas, porque crecieron de sangre polaca.

Ves esa hilera de blancas cruces?
El polaco allí con honor se consagró
Cuanto más lejos vayas, cuanto más alto,
Mas te toparás con ellas.
Esta tierra pertenece a Polonia,
Aunque Polonia esté lejos de aquí,
Porque la libertad se mide con cruces.
Ese es el gran error de la Historia.






Dedicado en especial a mis tíos que combatieron allá.
Eugeniusz Zubrzycki w Brigadzie Wilenskie Zubry en Artilleria Liviana.
Stanislaw Zubrzycki w Sylence como radio- telegrafista en Comunicaciones.

Abstracto


Sorrounders (2009)

A bad angel´s lauhgth at me all these days………..
He wispered quietly to me:

“Por que se cae el mundo?
Por qué se cae cuando ya
no hay rastros de reconciliación?
No ves que estoy con pena y el peso
de todas las cosas se incrementa
como un río, un mar, la sal
Todo se potencia en mi falta”


But today, as I was just crying, a good one
told me:

“Your sadness is deep, but don´t think, a garden
of roses is growing up somewhere”

El río crecía y la pena aumentaba….
bastaba con soñar lo que era hermoso
tal vez, tal vez, mañana lo sabría…
“Dejen que se acerquen los niños a mi”
And I become to dream as a child…

“I ´m tired, but I belive, one not long
lasting day, I´ll find that garden, and will smell
those roses, and innocence will rescue me
from my nigthmares and finally smile
at any sunrises”

Polonia III Campos


Polonia II Autorretrato


Polonia I Pastores


Un cachorro apenas (Drummond de Andrade) (traducción)

Subidos, de ánimo leve y paso descansado, los cuarenta escalones del jardín – plantas en flor, da cada lado; mariposas revoloteando, salpicones de luz en el granito- estoy en el rellano. Y a mis pies, en el áspero felpudo de coco, con la frescura de cal del pórtico, un cachorrito triste interrumpe su sueño, levanta la cabeza y me mira. Es un triste cachorrito sufrido, con todo su cuerpo lastimado; gastado, las mechas blancas del pelo; la mirada dolida y profunda, con ese rastro de lágrimas que hay en los ojos de las personas muy viejas. Con gran esfuerzo acaba de levantarse. No le digo nada; no hago ningún gesto. Me avergüenza haber interrumpido su sueño. Si él estaba feliz ahí, yo no debería haber llegado. Le faltaban tantas cosas que al menos merecía el sueño: también los animales deben olvidar, mientras duermen...

El, entonces, se levantaba y me miraba. Se levantaba con la dificultad de los enfermos graves: acomodando las patas de adelante, arrastrando el resto del cuerpo, siempre con los ojos fijos en mí, como a la espera de una palabra o de un gesto. Mas yo no lo quería molestar ni oprimir. Me hubiera gustado ocuparme de él: llamar a alguien, pedirle que lo examine, que lo diagnostique, encaminarlo para un tratamiento... Pero todo eso es largo, mi Dios, todo es tan largo. Y era preciso pasar. Y él estaba frente a mí, inhábil, como avergonzado de hallarse tan sucio y doliente, con el envejecido ojear en una especie de súplica.

Hasta el final de mi vida voy a guardar ese mirar en mi. Hasta el final de mi vida voy a sentir esa humana infelicidad de no siempre poder socorrer, en este complejo mundo de los hombres.

El cachorro reunió todas sus fuerzas, atravesó el rellano, sin dudar sobre el camino a seguir, como si fuese un visitante habitual, y comenzó a descender las escaleras y las rampas, floridas a cada lado, con las mariposas revoloteando, los salpicones de luz en el granito, hasta la verja de la entrada. Pasó por entre los escalones del pórtico, prosiguió para el lado izquierdo, desapareció.

Él iba descendiendo como un viejito andrajoso, estropeado, la cabeza baja, sin firmeza y sin destino. Era, no obstante, una forma viviente. Una criatura de este mundo de innumerables criaturas. Estuvo a mi alcance; tal vez tuviese sed y hambre: y yo no hice nada por él; lo amé apenas con una caridad inútil, sin cualquier respuesta concreta. Lo dejé partir, así humillado, y tan digno sin embargo: como alguien que respetuosamente pide disculpas de haber ocupado un lugar que no le pertenecía.

Después pensé que somos todos, un día, ese cachorrito triste, a la sombra de una puerta. Y está el dueño de casa, y la escalera que descendemos y la dignidad final de la soledad.

Los hombres soportan el mundo (Drummond de Andrade) (traducción)


Llega un tiempo en que no se dice más: mi Dios.
Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: mi amor.
Porque el amor resultó inútil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el rudo trabajo.
Y el corazón está seco.
En vano las mujeres golpean a tu puerta, no abrirás.
Te quedaste solo, la luz se apagó pero en la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Es toda una certeza: ya no sabes sufrir.
Y nada esperas de tus amigos.
Pero importa que venga la vejez, que es la vejez?
Tus hombros soportan el mundo
Y él no pesa más que la mano de una criatura.
Las guerras, el hambre, las discusiones dentro de los edificios
Prueban apenas que la vida prosigue,
Y que no todos se liberaron aún.
Algunos, hallando bárbaro el espectáculo,
Preferirían, los débiles, morir.
Llegó un tiempo en que no sirve morir.
Llegó un tiempo en que la vida es una orden.
La vida apenas, sin mistificación.

Para siempre (Drummond de Andrade) (traducción)

Por qué Dios permite
Que las madres se vayan?
Las madres no tienen límite,
Son tiempo sin horas,
Luz que no se apaga
Cuando sopla el viento,
Y lluvia derruida
Terciopelo escondido
En la piel arrugada,
Agua pura, aire puro,
Puro pensamiento.
Morir acontece
Como algo que es breve y pasa
Sin dejar vestigio
Las madres, con su gracia,
Son eternas.
Por que Dios se acuerda
Misterio de alejarlas un día?
Si fuese yo Rey del Mundo,
Bajaría una ley:
Las madres nunca mueren,
Las madres se quedarán por siempre
Junto a su hijo
Y él, viejo entonces,
Será pequeñito
Como un grano de maíz


-

Mujer dormida II


Mujer dormida


Divagaciones (Drummond de Andrade) (traducción)

2 de noviembre – Tantos amigos muertos, en Río, en Minas, Sao Paulo, como reunirlos a todos en un solo pensamiento, en este día de todos los muertos?. Temo olvidar algunos. La máquina de acordarse accionada por los calendarios, hace su servicio. Tropieza aquí y allí, hesitante. Hay fisonomías tan confusas con el tiempo que podrían confundirse con fantasmas. Entretanto, vivieron a mi lado, anduvimos, bebimos y comimos juntos, sobre todo nos quedamos calados juntos, en esa intimidad mayor con que el silencio gratifica a los amigos. Cómo fui a dejar que ellos se alejasen tanto del recuerdo? No fueron ellos que me dejaron. Yo soy quien los dejó, sustituyéndolos por otras figuras. En este inventario de noviembre, verifico la segunda muerte a la que sometí a tantos muertos.
Otros, por el contrario, me acompañan el año entero, tan próximos que llego a imaginar: soy yo quien murió, y ellos están pensando en mí, prestándome vida. Al margen de toda evidencia física, esa vida me envuelve, haciendo de mí un objeto de recordación. Soy pensado por quien me piensa. Amo el amor con que me amaron y no se disolvió en el tiempo. Y como no puede existir amor sin persona amante, ellos están viviendo, por mí, en mí, la vida que perdieron.
Conozco tantos muertos que no sé si el numero de conocidos vivos es mayor que el de ellos. Fui haciendo una inmensa colección de muertos desde el día de la muerte de mi tía abuela. La muerte parecía un perfeccionamiento final, el último retoque en la fisonomía. De ahí por delante, las criaturas estarían completas, y ninguno podría deformarlas o aportarles cualquier defecto.
Sé que es vano este ejercicio de memoria en un día prefijado para el culto de los muertos. La fecha vale apenas como membrete de la necesidad de pensar en ellos habitualmente. Dije necesidad, no dije obligación. Tenerlos cerca nuestro, como compañeros fieles y discretos no es pagar una dádiva de gratitud o aplacar el remordimiento por las cosas que les hallamos hecho sufrir . Es tomar de ellos un beneficio de paz y comprensión de que la muerte posee un código. Lección de equilibrio, y también de armonía, entre las fuerzas que se cruzan fuera y dentro de nosotros, creando la angustia de vivir. Solamente entonces sentimos que ellos no nos hacen falta, es más: fue preciso que se despidieran para que los conserváramos mejor en nuestra compañía, ya sin posibilidad de roces, desconfianzas y tedio.
Quedaron limpios de cualquier negligencia. Se tornaron amor, inagotablemente.
Llevamos muchos años para llegar a este punto de convivencia no espiritual, no religiosa, con los muertos. Es una sociedad encantadora, por la pulcritud, por la sensibilidad, por la sutileza del entendimiento mutuo. Sonreímos muchas veces al recordad un trozo del temperamento del muerto, y nos permitimos con él juegos y bromas que en vida no nos animábamos a hacer. El humor revitaliza la nostalgia, si es que puede llamarse nostalgia a la sensación de presencia tranquila en los días de sol, en la caminata que vamos recorriendo, con el amigo invisible, llamémoslo Juan, Pedro, María, tantos, longevos, próximos, vivos, perfectos.

Otra canción (Mário Quintana) (traducción)

No me dejen ir tan sólo
Tan sólo, tiritando de frío...
Quiero un coro de voces
Por toda la margen del río!
Como alguien que adormeciendo
Y escuchando una voces,
No supiera que las oía,
O si las estaba soñando,
Quiero un coro de voces
Por toda la margen del río:
Voces cálidas de amigos
En la lenta y oscura corriente
Como linternas de color
Y adonde más lejos me fuera
(cuanto más lejos en la vida)
la mariposa perdida
de tu voz, pobre amor...

El poeta y la sirena (Mário Quintana) (traducción)

Sirenita del río Ibirá...
Feita,
Hasta escamas tiene.
Cantar no sabe:
Mira y me quiere bien.
Sus hombros tienen frío.
La balanceo en mis rodillas
Le enseño catecismo
Y le cuento historias que
Inventé especialmente para
su espanto...

Un día ella se volvió a su
Elemento!

Sirenita,
Yo soy quien siente frío
Ahora.


Caso Pluvioso (Drummond de Andrade) (traducción)



La lluvia me irritaba. Hasta que un día
Descubrí que era María quien llovía.

La lluvia era María. Y cada gota
De María humedecía mi domingo.

Y mis huesos mojando me dejaba
Como tierra que la lluvia labra y lava.

Yo era todo barco, sin hierbas...
María, lluviosísima criatura!

Ella llovía en mí, en cada gesto
Pensamiento, deseo, sueño y el resto.

Era lluvia finita y grosa,
Matinal y nocturna...nossa!

No me lluevas, María, más que lo justo
Llovizna de un momento, apenas susto.

No me inundes de líquido plasma,
No seas tan acuático fantasma!

Yo le decía –en vano- pues María
Cuanto más le rogaba, más llovía.

Y lloviendo atroz en mi camino,
lo dejaba bañado en triste vino,

que no calienta, pues el agua de lluvia,
es mosto de ceniza, no de buena uva.

Llovedora María, llovediza,
lluvienta, lluvia, pluvediza!

Yo le gritaba: Para! Y ella, lloviendo
Piezas de agua helada iba tejiendo.

Llovió tanto María en mi casa
Que la corriente fuerte creó una zanja

Y un río se formó, o mar, no sé
Sé apenas que en él me hundí

Y cuanto más las ondas me llevaban,
Las fuentes de María más lloraban,

De suerte que con poco, y sin recurso,
Las casas se lanzaron en su curso,
Y era el mundo mojado y sumergido
Sobre aquel siniestro y terrible llovido.

Los seres más extraños se iban juntando
En la misma acuosa pasta iban clamando

Contar esa lluvia, estúpida y mortal
Catarata (como jamás hubo otra igual).

Anti-lluviosos cánticos se oyeron.
Y nada! Las cuerdas de agua más se disolvían,

Y María, grifo desatado,
Más se dilataba en su lloverada.

Los navíos sucumben. Continentes
Ya se sumergen con todos los vivientes,

Y María lloviendo. Ellos que a esa altura
Eran dolida y fluida fibratura,

Y la tierra no soportando tal llovida,
Conmoviéndose la Divina Providencia,

Y Dios, piadoso y enérgico, bramó:
No llueves más María! – y ella paró.

Estrella en eclosión


Evanescencia


Mar (1995)

No hay poesía
que contenga
la sosegada paz
del verano,
ni luminosidad
tan
grande
que guarde
los reflejos
del Mar.
Para eso
existen
las almas.

Hombre amado u odiado (1995)

Negrura
Maldad
Tu cabello

Ternura
Agresiva
Tus ojos

Mar
Lacerante
Tu pecho

Magnificiencia
Sencilla
Tu espalda

Contradicción
de querete
O no.

Porque olvidarte
Nunca.

EL ENTERRADO VIVO (Drummond de Andrade) (traducción)


Está siempre en el pasado aquel orgasmo
Está siempre en el presente aquel dúo,
Está siempre en el futuro aquel pánico.

Está siempre en mi pecho aquella opresión.
Está siempre en mi tedio aquel ademán.
Está siempre en mi sueño aquella guerra.

Está siempre en mi trato y en mi amplio distraimiento.
Siempre en mi firma la antigua furia.
Siempre en el mismo engaño otro retrato.

Está siempre en mis saltos el límite.
Está siempre en mis labios la estampilla.
Está siempre en mi actuar aquel trauma.

Siempre en mi amor la noche se rompe.
Siempre dentro de mí mi enemigo.
Está siempre en mi siempre la misma ausencia.

EL LUGAR MAS BONITO DEL MUNDO...(Drummond de Andrade) (traducción)


No, no me pregunten, no voy a decir donde queda el lugar más bonito del mundo... Es verdad que mucha gente sabe, más, pensándolo bien, esa mucha gente es, en el fondo, poca gente, un puñado de iniciados, un grupito de electos, que recibieron de Dios y de los cielos el don no solamente de conocer el lugar mas bonito del mundo, sino también de amarlo y de ser amados por él. Si, porque el lugar mas bonito del mundo se defiende, no es presa fácil, accesible a cualquiera. Por el contrario, es difícil, arisco, reservado. Opone dificultades, obstáculos y problemas a quien quiera conquistarlo, desanima a los no tan fuertes, se reserva para los escogidos! Primero pone a la persona a prueba, complica el viaje, quiebra los frenos, perfora neumáticos, manda al viento a soplar fuerte, levantando una polvareda rojiza que ciega a los incautos, obliga a la lluvia a caer torrencialmente, o de los contrario arranca una gran sequía, hace faltar el agua, asedia con mosquitos, produce nubes de libélulas, y a veces trae hasta cobras. La mayoría se arrepiente en el camino, retrocede despavorida o exhausta, y dice que el lugar mas bonito del mundo es muy bonito si, mas...que no vuelve nunca más! Ahora, si la persona aguanta el camino y el polvo, no se preocupa con demoras, frenos y neumáticos, resiste la lluvia, los ventarrones y la falta de agua, no le da importancia a los mosquitos y a las libélulas, no tiene miedo de las cobras y prosiguen...entonces las libélulas se convierten en mariposas, los mosquitos huyen, el viento se transforma en brisa, las cisternas tienen siempre agua, el polvo se pierde en el aire purísimo, la carretera se torna amena, y el lugar más bonito del mundo parece más, más bonito aún...no, repito, no, no voy a decir adonde es, enseñar como se llega hasta allá. Puede esta explicación caer en más oídos, pueden hacer algo, invadir, hacer estragos con el lugar más bonito del mundo. Diré solamente apenas que queda junto al mar...
El lugar más bonito del mundo está escondido y quieto, pero allí el cielo es siempre azul, el agua siempre verde, el sol siempre dorado. Tiene una iglesia pequeñita, antigua, en lo alto de una colina, barcos pesqueros durmiendo en una calma ensenada, tiene una brisa constante, tiene costas verdes, rocas abruptas, caracoles multicolores, flores, muchas flores, y un perfume extraño, mezcla de alcanfor, sal, flor de selva y fresia. Tiene aguas mansas y aguas bravas, corredores frescos y olas intrépidas. Tiene playas, playitas, dunas y arenas sin fin. No tiene paisaje, tiene paisajes; una aldea, color pastel, con tonos esfumados por los años y por el aire marino; selva, océano infinito. O alegre y acogedor. O salvajemente triste, o dulcemente melancólico. Tiene redes de pescadores, peces saltando en el agua, cangrejos corriendo en la arena, mariscos en las piedras y langostas metidas en las cuevas. Tiene pitangas y almendros, toda una población de cabritos, cerditos y perros vagabundos. Tiene gente simple y buena, criaturas encantadoras, jóvenes que cantan a la luna, y tiene la luna más hermosa que se pueda imaginar...
El lugar más bonito del mundo tiene un ritmo acompasado y lento, una rutina que nada altera. Tiene un amanecer radioso como una sinfonía de colores dulces, un crepúsculo solemne en una orgía de colores violentos, y una noche inmensa, negrísima, profundamente silenciosa, con las estrellas casi al alcance de la mano y una extraña fosforescencia en el mar. El lugar más bonito del mundo tiene un encanto sin nombre, una magia indefinible, mezcla de simpleza, ternura y grandeza. Tiene alegría y tiene tristeza, una tristeza serena, calma. Está lejos de la agitación del mundo, allí se olvidan las ansias, temores y dudas, allí se descansa, hay paz. El lugar más bonito del mundo es tan, tan bonito que duele, y allí el tiempo no pasa, está como parado, inamovible, inmutable.Un día, voy a ir al lugar más bonito del mundo, para perderme en su sol y su viento, su cielo y su mar, escudriñar su paz, un día voy a ir al lugar más bonito del mundo, y ahí, quien sabe? No retorno más...

LA PERFECCIÓN (traducción de Eca de Queiroz, portugues)

Sentado en una roca, en la Isla de Ogígia, con la barba enterrada entre las manos, de donde desapareciera la aspereza callosa y tiznada de las armas y de los remos, Ulises, el más sutil de los hombres, consideraba, en una oscura y pesada tristeza, el mar tan azul que, mansa y armoniosamente, resbalaba sobre la arena muy blanca. Una túnica bordada de flores escarlata cubría, en blandos pliegues, su cuerpo poderoso, que había engordado. En las correas de las sandalias, que le calzaban los pies suavizados y perfumados con esencias, relucían esmeraldas de Egipto. Y su basto era una maravillosa rama de coral, rematado en una piña de perlas, como los que usan los dioses marinos.
La Isla divina, con sus peñascos de alabastro, los bosques de cedro odoríferos, las mieses eternas, dorando los valles, la frescura de los rosales, revistiendo las suaves colinas, resplandecía adormecida en la pereza de la siesta, toda envuelta en un mar resplandeciente. Ni un soplo de los serafines curiosos, que brincan y corren por sobre el Archipiélago, manchaba la serenidad del luminoso aire, más dulce que el vino más dulce, todo sobrevolado por el fino aroma de los prados de violetas. En el silencio, embebido de calor afable, los murmullos de arroyos y fuentes, el arrullo de las palomas volando desde los cipreses hasta los plátanos, y el lento rodar y romper de las ondas mansas sobre la arena suave, eran de una armonía mas abarcadora. En esta inefable paz y belleza inmortal, el sutil Ulises, con los ojos perdidos en las aguas lustrosas, gemía amargamente, revolviendo la queja de su corazón...
Siete años, siete inmensos años, habían pasado desde que el rayo fulgente de Júpiter hundiera a su nave de alta proa roja, y él, aferrándose a su mástil partido, se perdiera en la braveza rugiente de las espumas sombrías, durante nueve días, durante nueve noches, hasta que flotara en aguas mas calmas, y tocara las arenas de aquélla isla donde Calipso, la diosa radiante, lo recogiera y lo amara! Fue durante esos inmensos años, que se arrastraba su vida, su grande y fuerte vida, después de la partida para los muros fatales de Troya, abandonando entre lágrimas a su Penélope de ojos claros, a su pequeño Telémaco, andando siempre tan agitada por los peligros, las guerras, las astucias, los tormentos y los rumbos perdidos... Ah! Dichosos los reyes muertos, con hermosas heridas en el blanco pecho, delante de las puertas de Troya! Felices sus compañeros tragados por las olas amargas! Feliz él si las lanzas troyanas lo hubiesen traspasado en esa tarde de gran viento y polvo, cuando junto a Faia defendía los ultrajes, con la espada lacerante, del cuerpo muerto de Aquiles! Pero no! Vivió! -Y ahora, cada mañana, al salir sin alegría del trabajoso lecho de Calipso, las ninfas, siervas de la diosa, lo bañaban en un agua muy pura, lo perfumaban con lánguidas esencias, lo cubrían con una túnica siempre nueva, a veces bordada de finas sedas, otras bordada de oro pálido! Mientras, en la mesa lustrada, erguida en al puerta de la gruta, a la sombra de las ramadas, junto al susurro de un arroyo diamantino los bancos y los almohadones labrados rebosaban de bollos, de frutas, de tiernas carnes humeantes, de pescados con tramas de plata. Una sirvienta venerable enfriaba los vinos dulces en las jarras de bronce coronadas de rosas. Y él, sentado en un escalón, extendía las manos hacia los manjares perfectos, mientras que a su lado, en un trono de marfil, Calipso, esparciendo a través de su túnica nevada la claridad y el roma de su cuerpo inmortal, sublimemente serena, con una sonrisa taciturna, sin tocar las comidas humanas, degustaba la ambrosía y bebía en pequeños sorbos el néctar transparente. Después, tomando aquél bastón de Príncipe de Pueblos con el que Calipso lo presentara, recorría sin curiosidad los sabidos caminos de la Isla, tan lisos y llanos que nunca sus sandalias relucientes se empolvaban, tan contagiados de la inmortalidad de la diosa que jamás hallaba en ellos una hoja seca, ninguna flor menos fresca pendiendo del tallo. Sobre una roca se sentaba entonces, contemplando aquel mar que también bañaba Itaca, allí tan bravío, aquí tan sereno, y pensaba, y gemía, hasta que las aguas y los caminos se cubrían de sombras, y él regresaba a la gruta para dormir, sin deseo, con la diosa que lo deseaba!...
Y durante estos siete años, que destino envolvería a su Itaca , la áspera isla de sombrías matas?. Vivirían ellos, los seres amados? Sobre la fuerte colina, dominando la ensenada de Retiros y los pinares de Neus, se erguiría aún su palacio, con los bellos pórticos pintados de rojo y rosado? Al cabo de tan lentos y vacíos años, sin novedades, apagada la esperanza como una lámpara, se habrá despedido Penélope de su pasajera túnica de viudez y habría pasado a los brazos de otro esposo fuerte que, ahora, manejaría sus lanzas y elaboraría su vino? Y su dulce hijo Telémaco?. Reinaría él en Itaca, sentado, con el cetro blanco, sobre el alto mármol del Ágora? Despreocupado y rondando por los patios, bajaría los ojos sobre el imperio duro de un padrastro? Erraría por las ciudades aledañas, mendigando un salario?...Ah! Si su existencia, así para siempre arrancada de su mujer, de su hijo, tan dulces a su corazón, estuviese al menos entregada en hazañas ilustres! Diez años antes, también, desconocía la suerte de Itaca, y de los seres preciosos que allí dejara en la fragilidad y la soledad; mas una empresa heroica lo agitaba; y cada mañana su fama crecía, como un árbol en un promontorio, que llena el cielo y al cual todos los hombres contemplan. Entonces, era la planicie de Troya – y las blancas tiendas de los griegos a lo largo del mar sonoro! Sin cesar, meditaba estrategias de guerra; con soberbia fecunda daba discursos en la asamblea de los reyes: rígidamente fustigaba a los caballos atados a la cabecera de los carros; corría con la lanza en alto, entre el griterío y la prisa, contra los troyanos de altos elmos, que se agitaban ante las puertas Escaias!... Oh! Y cuando él, Príncipe de Pueblos, arropado en harapos de mendigo, con los brazos marcados de llagas, cojeando y gimiendo, penetró los muros de la orgullosa Troya, al lado de Faia, para, de noche, con incomparable ardil y bravura, robar las llaves de la entrada a la ciudad. Y cuando, dentro del vientre del caballo de palo, en la oscuridad, en la cercanía de todos aquellos guerreros hurtos y cubiertos de hierro, calmaba la impaciencia de los que sofocaban, y tapaba con la mano la boca de Ánticlos, braveando, furioso, al escuchar afuera en la planicie los ultrajes y los escarnios de los troyanos, y a todos decía: “Calla, calla! Que la noche desciende sobre Troya y es nuestra...” Y después los prodigiosos viajes! El pavoroso Polifemo, cuya estampa maravillará a la generaciones! Las maniobras sublimes entre Escila y Caribdis! Las Sirenas, vagando y cantando en torno al mástil, desde donde él, amarado, las rechazaba con el mudo parpadear de los ojos mas agudos que los dardos! El descenso a los Infiernos, jamás concedida a un mortal!... Y ahora el hombre de tan rutilantes hechos yacía en una isla blanda, eternamente preso, sin amor, por el amor de una diosa! Cómo podría él huir , rodeado de un mar indomable, sin nave, sin compañeros para mover los largos remos? Los dioses dichosos ciertamente olvidaban a quien por ellos tanto combatiera, y siempre piadosamente les devolviera las gracias recibidas, mismo a través del fragor y el humo de las ciudades derrumbadas, mismo cuando su proa encallaba en tierras agrestes!... Y el héroe, que recibiera de los reyes de Grecia las armas de Aquiles, tenía por destino amargo engordar en una isla mas lánguida que una cesta de rosas, y extender las manos suavizadas hacia las comidas abundantes, y, cuando las aguas y los caminos se ensombrecían, dormir con una diosa que, sin cesar, lo deseaba.
Así gemía el magnánimo Ulises, ala orilla del mar lustroso... Y ahí que, de repente, un surco de desusado brillo, mas rutilantemente blanco que el de una estrella cayendo, rasgó la rutilancia del cielo, desde las alturas hasta la aromática mata de cedros, que sombreaba un golfo sereno, en el este de la isla. Con alborozo latió el corazón del héroe . Rastro tan refulgente, en la refulgencia del día, sólo podía ser trazado por un hijo de Urano. Un Dios, entonces, descendería a la Isla?

Un Dios descendió, un gran Dios....era el mensajero de los Dioses, el leve, el elocuente Mercurio. Calzado con aquéllas sandalias, que tiene dos claras alas blancas, los cabellos color vino cubiertos por el casco, donde se mueven también dos claras alas, llevando en la mano una vara, él traspasó el Éter, rozando la plenitud del mar sosegado, pisando la arena de la Isla. A pesar de recorrer toda la tierra, con los recados innumerables de los dioses, el luminoso mensajero no conocía la Isla de Ogígia – y admiró, sonriendo, la belleza de los prados de violetas, tan dulces para el correr y el brincar de las ninfas entre los lirios. Una viña, sobre esteros de jaspe, cargada de racimos maduros, conducía, como fresco pórtico salpicado de sol, hasta la entrada de la gruta, todas las rocas pulidas, de donde pendían jazmines y madreselvas, envueltas en el susurrar de las abejas. Y luego avistó a Calipso, la diosa dichosa, sentada en un trono, empotrado en una roca de oro, con una túnica hermosa de púrpura. Un aro de esmeraldas prendía sus cabellos rizados y extremadamente rubios. Sobre la túnica diáfana, la mocedad inmortal de su cuerpo relucía, como la nieve, cuando la aurora la tiñe de rosa en las colinas eternas, pobladas de dioses. Y, mientras tocaba la lira, cantaba un trinado y fino canto, como un trémulo hilo de cristal, embelezando a la tierra y al cielo. Mercurio pensó: “Linda Isla, linda ninfa!”
De un claro de entre los cedros, subía directamente un humo delgado que perfumaba a toda la Isla. En rueda, sentadas en mantas, sobre el suelo de ágatas, las ninfas, siervas de la diosa, doblaban las telas, en seda las flores ligeras, tejían las puras hebras en telares de plata. Calipso reconoció luego al Mensajero - pues todos los inmortales saben, unos de otros, los nombres, los hechos, y los rostros de los soberanos, aún cuando habitan remotos retiros que el Éter y el Mar separan.
Mercurio reparó, risueños, en su divina desnudez, exhalando el perfume del Olimpo. Entonces, la Diosa lanzó sobre él, con mucha serenidad, el esplendor de sus ojos verdes: Oh Mercurio! Por qué descendiste a mi humilde isla, tu, venerable y querido, a quien nunca ví pisar la tierra?. Dime que es lo que esperas de mi. Ya mi corazón abierto me ordena que te obedezca, si tu deseo puede ser satisfecho dentro de mi poder o de mi Reino...Pero entra, reposa, y que te sirva, como dulce hermana, la mesa de la hospitalidad.
Tiró de su cintura unas piedras, arregló unos bucles sueltos de su cabello radiante – y con sus manos nacaradas colocó sobre la mesa el plato rebosante de ambrosía que las ninfas habían acercado a la mesa junto a las copas de cristal, donde tintineaba el néctar.
Mercurio murmuró –“Dulce es tu hospitalidad, Diosa!” Colocó el cetro en un fresco ramo d e plátano, extendió los dedos relucientes para la mesa de oro, risueñamente bebió la excelencia de aquel néctar de la Isla. Y satisfecha el alma, recostando la cabeza en el tronco liso del plátano que se cubrió de claridad, comenzó, con palabras perfectas y sublimes:
Me preguntaste por qué descendía tu morada un Dios, oh! Diosa! Y ciertamente ningún inmortal recorrería sin motivo, desde el Olimpo hasta Ogígía , esta desierta inmensidad de mar salado en la cual nos encuentran ciudades de hombres, ni templos cercados de bosques, ni siquiera un pequeño santuario de donde suba el aroma de un incienso, o un olor a carnes o un murmullo gustoso de animales salvajes........Fue nuestro padre Júpiter, el tempestuoso, quien me mandó este recado. Tu recogiste , y retienes por la fuerza inconmensurable de tu dulzura, al más sutil y desgraciado de todos los príncipes que combatieron durante diez años la alta Troya y que después se embarcaron en sus maltrechas naves para retornar a las tierras de sus patrias. Muchos de ellos consiguieron entrar en sus ricos lares, coronados de fama y de excelentes historias para contar. Vientos enemigos, sin embargo, y un destino más inexorable, arremetieron contra esta, tu isla, enrollando en sus espumas al fecundo y audaz Ulises...Ahora, el destino de este héroe no es quedarse en la ociosidad inmortal de tu lecho, lejos de aquellos de quienes lo lloran, y que carecen de sus fuerzas y mañas divinas. Por eso, Júpiter, regulador del Orden, te ordena, oh1! Diosa, que sueltes al magnánimo Ulises de tus brazos claros, y lo restituyas, con las recompensas debidas, a su Itaca amada, a su Penélope, que teje y desteje, cercada de arrogantes pretendientes, devoradores de sus gordos ganados, bebedores de sus frescos vinos!
La divina Calipso se mordió suavemente el labio, y sobre su rostro iluminado descendió una sombra desde las densas pestañas color jacinto. Después, con un armoniosos suspiro, con el cual tembló todo su pecho brillante exclamó.
Ah! Dioses grandes, dioses dichosos! cómo son ásperamente celosos de las diosas, que, así se escondieran en las espesuras de los bosques o en las apretadas oscuridades de los montes, aman a los hombres elocuentes y fuertes!... este, que me envidian, recaló en las arenas de mi Isla, desnudo, débil, hambriento, aferrado a una tabla partida, perseguido por todas las iras, y todas las ráfagas, y todos lo rayos fulminantes de que dispone el Olimpo. Yo lo recogí, lo lavé, lo nutrí, lo amé, lo cuidé, para que quedara eternamente al abrigo de las tormentas, del dolor de la vejez. Y ahora Júpiter, tronador, al cabo de ocho años en que mi dulce vida se enredó en torno a esta afección como la vid al olmo, determina que me separe de mi compañero, a quien escogí para mi inmortalidad! Realmente, son crueles, oh! Dioses, que constantemente aumentan la raza turbulenta de los semidioses, durmiendo con las mujeres mortales! Y como quieren que mande a Ulises a su patria, si no poseo naves, ni remeros, ni un guía que lo conduzca a través de las islas?. Mas, quien puede resistirse a Júpiter, que junta las nubes? Que sea! Y que el Olimpo ría, agradecido. Yo le enseñaré al intrépido Ulises a construir una balsa segura, con la cual nuevamente desafíe al verde del mar...
Inmediatamente, el mensajero de Mercurio se levantó de si asiento, tomó su cetro y, bebiendo una rebalsada taza de néctar excelente de la Isla, elogió la obediencia de la diosa:
Haces bien, Calipso! Así evitas la cólera del Padre tronante. Quién se le resistiría?. A su omniscencia dirige su omnipotencia. Y sustenta, como cetro, un árbol que tiene por flor el Orden... Sus decisiones, clementes o crueles, resultan siempre armoniosas. Por eso, su brazo se torna terrorífico a los pechos rebeldes. Por tu rápida sumisión, serás una hija estimada, y gozarás de una inmortalidad sobrepasada de sosiego, sin intrigas ni sorpresas....
Ya las alas impacientes de sus sandalias palpitaban, y su cuerpo, con sublime gracia, se balanceaba por sobre las hierbas y flores que aromatizaban la entrada a la gruta.
Por demás, tu Isla, oh! Diosa, se encuentra en el camino de las naves osadas que cortan el mar. En breve, tal vez, otro héroe robusto, habiendo ofendido a los inmortales, encallará en tu dulce playa, abrazado a una quilla... enciende un fuego calro, de noche, en las rocas altas!
Y riendo, el Mensajero Divino serenamente se elevó, rozando en el Éter un surco de elegante fulgor, que las ninfas, olvidando las rutinas, seguían con los frescos labios entreabiertos y el seno elevado, con el deseo de aquel inmortal hermoso.
Entonces, Calipso, pensativa, lanzando sobre sus cabellos rizados un velo color de azafrán, caminó para la orilla del mar, a través de los prados, con una prisa que le enrollaba la túnica, a manera de una espuma leve, en torno a las piernas rosadas. Tan levemente pisó la arena que el magnánimo Ulises no la sintió deslizar, perdido en la contemplación de las aguas lustrosas, con la negra barba entre las manos, aliviando en gemidos el peso de su corazón. La diosa sonrió, con fugitiva y soberana amargura. Después, posando en el ancho hombro del héroe sus dedos tan claros como los de Eos, madre del día, dijo:
No te lamentes más, desgraciado, ni te consumas mirando el mar!. Los Dioses, que me son superiores en inteligencia y en voluntad, determinan que tu partas, afrontes la inconstancia de los vientos, y pises nuevamente la tierra de tu Patria...
Bruscamente, como el cóndor acechando sobre su presa , el divino Ulises, con el rostro sombrío, saltó de la roca musgosa:
Oh! Diosa, tu dices!
Ella continuó sosegadamente, con los hermosos brazos prendidos, envueltos en el velo color azafrán, mientras una ola rodaba, mas dulce y sonora, en amoroso respeto a su divina presencia:
Bien sabes que no tengo naves de alta proa, ni remeros de pecho rígido, ni un guía amigo de las estrellas, que te conduzcan...Mas ciertamente te otorgaré un hacha de bronce que fue de mi padre, para que tires abajo los árboles que te señale, y construyas una balsa en la que te embarques...después, yo la proveeré de odres de vino, de comidas perfectas, y la bendeciré con un soplo amigo para el indomable mar...
El cauteloso Ulises retrocedió lentamente, clavando en la diosa una mirada dura que la desconfianza ennegrecía. E irguiendo la mano, toda temblorosa, con la ansiedad de su corazón dijo:
Oh! Diosa, tu abrigas un pensamiento terrible, porque así me invitas a afrontar con una balsa las aguas difíciles, donde mal pueden mantenerse en pie las naves.! No, Diosa peligrosa, no! Yo combatí en una gran guerra, donde los dioses también combatieron, y conozco la malicia infinita que poseen los corazones de los inmortales! Si resistí a las sirenas irresistibles, y me zafé con sublimes maniobras de Escila y Caribdis, y vencí a Polifemo con un ardil que se tornará ilustre entre los hombres, no fue en vano, oh! Diosa, para que ahora, en la Isla de Ogígia, como pájaro de poco plumaje, en su primer vuelo del nido, caiga en una jaula armada con tus dichos de miel! No, diosa, no! Solamente embarcaré en tu extraordinaria balsa se tu jurases, por el temible juramento de los dioses, que no preparas, con esos inquietos ojos, mi perdición irremediable!
Así bramaba, en la orilla, con el pecho ardiente, Ulises, el Héroe prudente... entonces, la diosa clemente rió, con una cantada y refulgente risa. Y caminando para el Héroe, corriendo los dedos celestiales por sus cabellos espesos más negros que un pez dijo:
Oh! Maravilloso Ulises, tu eres, en verdad, el mas desconfiado y mañoso de todos los hombres, ya que no concibes que exista espíritu sin maldad ni falsedad! Mi padre ilustre no me engendró con corazón de hierro! A pesar de ser inmortal, comprendo las desventuras mortales. Solo te aconsejé loq eu yo, diosa, emprendería si el Destino me obligase a salir de ogígia a través del mar incierto!...
Ulises retiró lenta y sombriamente la cabeza de las rosadas caricias de los dedos divinos:
Mas jura......Oh! diosa, jura, para que m a mi pecho descienda, como chorro de leche, la sabrosa confianza!
Ella irguió su claro brazo al cielo azul donde habitan los dioses:
Por Gaia, y por el cielo superior, y por las aguas subterráneas de Estige, que es la mayor invocación que pueden lanzar los inmortales, juro, oh! Hombre, príncipe de los hombres, que no preparo tu perdición, ni miserias mayores...
El valiente Ulises respiró largamente. Y arremangando luego las mangas de la túnica, refregando las palmas de sus manos robustas señaló:
Dónde está el hacha de tu padre? Quiero ver los árboles, oh! Diosa........El día cae y el trabajo es largo!
Sosiégate, oh! Hombre sufriente de males humanos! Los dioses superiores en sabiduría ya determinaron tu destino...Recorre conmigo la dulce gruta, a reforzar tu fuerza...Cuando Eos, la Aurora rosada aparezca, mañana, yo te conduciré al bosque.

Era, en efecto, la hora en que los hombres mortales y los dioses inmortales se acercan a las mesas cubiertas de bandejas, donde los esperan la abundancia, el reposo, el olvido de los deberes, y las amorosas conversaciones que contentan el alma. En breve, Ulises se sentó en el sillón de marfil, que aún conservaba el aroma del cuerpo de Mercurio, y delante de él, las ninfas, siervas de la diosa , colocaron las tortas, las frutas, las tiernas carnes humeantes, los peces rebrillando como tramas de plata. Posada en un trono de oro puro, la diosa recibió de la intendente venerable el plato de ambrosía y la taza de néctar. Ambos extendieron las manos para las comidas perfectas de la tierra y del cielo. Y luego que saciaron la sed y el hambre, la ilustre Calipso, recostando su rostro en sus manos rosadas, y considerando pensativamente al Héroe, soltó estas palabras aladas:
Oh! Ulises, muy sutil, tu quieres volver a tu morada mortal y a la tierra de tu Patria ....Ah! se conocieras, como yo, cuantos males tienes que sufrir antes de avistar las rocas de Itaca, te quedarías entre mis brazos, animado, bañado, bien nutrido, revestido de hilos finos, sin nunca perder tu querida fuerza, ni tu agudeza de entendimiento, ni el calor de las fiebres, pues yo te comunicaría mi inmortalidad!...Peor deseas volver a tu esposa mortal, que habita en una isla áspera, donde las matas son tenebrosas. Y más aún, yo no le soy inferior, ni en belleza, ni en inteligencia, porque las mortales brillan ante las inmortales como lámparas humeantes delante de las estrellas puras...
El fecundo Ulises se acaricio la ruda barba. Después, irguiendo el brazo, como acostumbraba en la asamblea de los reyes, a la sombra de las altas pompas, delante de los muros de Troya, dijo:
Oh! Diosa venerable, no te escandalices! Perfectamente se que Penélope te está muy inferior en hermosura, sabiduría y majestad. Tu serás eternamente bella y joven. Mientras los dioses perduren; y ella, en pocos años, conocerá la melancolía de las arrugas, de los cabellos blancos, de los dolores de la decrepitud, y de los pasos que tiemblan apoyados en un palo que tiembla. Su espíritu mortal erra a través de la oscuridad y la duda; tu, sobre esa frente luminosa, posees las más luminosas certezas. Mas, oh! Diosa, justamente por lo que ella tiene de incompleto, de frágil, de grosero y de mortal, yo la amo y deseo su compañía conyugal!. Considera como es de triste que en esta mesa, cada día, yo coma vorazmente los manjares, mientras tu a mi lado, con la inefable superioridad de tu naturaleza, llevas a los labios, con lentitud soberana, la ambrosía divina! En ocho años! Oh! Diosa!, nunca en tu rostro brilló una alegría espontánea, nunca de tus verdes ojos cayó una lágrima; ni pataleaste, con ira e impaciencia; ni, gimiendo con dolor, te extendiste sobre el suave lecho....Y asi haces inutilizadas todas las virtudes de mi corazón, ya que tu divinidad nunca me permite te felicite, te consuele, te sosiegue, o mismo te frite el cuerpo dolorido con hierbas benéficas. Considera, aún, que tu inteligencia de diosa posee todo el saber, acierta siempre, sabe la verdad; y durante todo este tiempo que estuve contigo nunca gocé de la felicidad de perdonarte, de contradecirte, y de sentir, ante tu franqueza, la razón de mi entendimiento! Oh! Diosa, tu eres aquel ser terrorífico que siempre tiene razón! Considera también que, como diosa, conoces todo el pasado y el futuro de los hombres; y que no pude saborear la incomparable delicia de contarte por las noches mis hazañas y mis viajes! Oh! diosa, tu eres impecable; y cuando me resbalo en alguna alfombra mal tendida, o se me desate una correa de mi sandalia, no te puedo gritar, como los hombres mortales le gritan a sus esposas: “Fue culpa tuya, mujer!” . Por eso, sufriré, con espíritu paciente, todos los males con los que los dioses me asalten en el mar sombrío, para volver a mi humana Penélope, a quien mande, consuele, reprenda, y acuse, y contraríe, y enseñe, y humille, y deslumbre, y por eso ame con un amor que constantemente se alimenta de estos modos cambiantes, como el fuego se alimenta de vientos contrarios!
Así, Ulises declamaba, ante la taza de oro vacía; y serenamente la diosa lo escuchaba, con una sonrisa taciturna, y las manos inmóviles sobre el regazo, enrolladas en la punta del velo.
En tanto, Febo Apolo descendía para occidente; y ya sus cuatro caballos alados subían y se desparramaba sobre el mar un vapor dorado. En breve, los caminos de la Isla se cubrían de atardecer. Y sobre las sábanas preciosas del lecho, al fondo de la gruta, Ulises, sin deseo, y la diosa, que lo deseaba, tuvieron el dulce amor, y después el dulce sueño.
Temprano, apenas Eos entreabría las puertas del extenso Urano, la divina Calipso, que vestía una túnica más blanca que las nieves de Pindo, y recogiera sus cabellos con un velo transparente y azul como el éter ligero, salió de la gruta, trayendo para Ulises, ya sentado en la puerta, sobre la ramada, delante de una taza de vino claro , el hacha poderosa de su padre, todo de bronce, con dos filos, y un rígido cabo de olivo, cortado en las laderas del Olimpo.
Limpiando rápidamente su tensa barba con las palmas de las manos, el héroe arrebató el hacha venerable:
Oh! Diosa, hace cuántos años que no toco una arma o una herramienta, yo, devastador de ciudades y constructor de naves!
La diosa sonrió. E, iluminada su lisa frente, dijo en palabras aladas:
Oh! Ulises, vencedor de hombres, si tu te quedaras en esta Isla, le encargaría a Vulcano y a sus fuerzas de Etna, armas maravillosas...
Que valen armas sin combates, u hombres que las admiren? El resto, oh! Diosa, ya mucho batallé, y mi gloria entre las generaciones está soberbiamente segura. Solo aspiro al manso reposo, vigilando a mi ganado, concibiendo sabias leyes para mis pueblos...sé benévola, oh! Diosa, y mostrame los árboles robustos que me convienen cortar!
En silencio, ella caminó por un atajo, florido de altas y radiantes azucenas, que conducía a la punta de la Isla donde había más arboleda, del lado del Oeste; y atrás seguía el intrépido Ulises, con el hacha lustrada al hombro.. Las palomas dejaban las ramas de los cedros, o las concavidades de las rocas donde bebían, para evocar en torno a la diosa un arrullo amoroso. Un aroma más delicado subía de las flores abiertas cuando ella pasaba, como el de los inciensos. Las hierbas que su túnica rozaba reverdecían con un lozanía nueva. Y Ulises, indiferente a los encantos de la diosa, impaciente con la serenidad divina del andar armonioso de ella, pensaba en la balsa, ansiando encontrar el bosque.
Denso y oscuro lo avistó, por fin, poblado de caballos, de viejísimas copas de pinos que atropellaban el cielo. De sus confines, descendía un perfume dulce y perfecto que ningún caracol marino, ninguna rama quebrada o flor de cardo podía manchar. Y el mar más allá refulgía con un brillo de zafiros, en la inmensa mañana blanca y de coral. La diosa le señaló a Ulises los troncos secos, robustecidos por los suelos, que flotarían con más certeza en las aguas traidoras. Después, acariciando el hombro del Héroe, como otro árbol robusto, también entregado a las crueles aguas, regresó a su gruta, donde tomó una rueca de oro, y todo el día trabajó sus hilos, y todo el día cantó...
Con alborozada y soberbia alegría, Ulises tiró el hacha contra un roble que gimió. Y en breve, toda la Isla retumbaba, en el fragor de la obra sobre-humana. Las gaviotas, adormecidas en el silencio eterno de aquellos parajes, se batieron en retirada en grande vuelos, espantadas y gritando. Las fluidas divinidades de las riberas indolentes, estremeciéndose en un fulgente escalofrío, huían hacia los canales y los recovecos de las raíces. En ese corto día, el valiente Ulises tiró veinte árboles, robles, pinos, chopos – y a todos los cortó, separó y alineó en la arena. Su cuello y su ancho pecho transpiraban cuando regresaba a la gruta para saciar la ruda sed y el hambre, y beber la cerveza bien helada. Y nunca él le pareció más bello a la diosa inmortal, que, sobre el lecho de pieles preciosas, apenas los caminos se cubrieron de sombras nuevamente, encontró, incansable y dispuesta, la fuerza de aquellos brazos que habían abatido veinte troncos!
Así, durante tres días, trabajó el héroe.
Y, como arrebatado en esa actividad magnífica que estremecía la Isla, la diosa ayudaba a Ulises, conduciendo desde la gruta hacia la playa, en sus manos delicadas, las cuerdas y los pliegos de bronce. Las ninfas, por su mandato, abandonaron sus tareas suaves y tejieron una tela fuerte para la vela que empujarían con fuerza los vientos amables. Y la intendente venerable ja preparaba los odres con vinos generosos, y preparaba con abundancia los víveres para la incierta travesía. En tanto, la balsa crecía, con troncos bien ligados, con un banco empotrado en el medio, de donde se empinaba un mástil, hecho de pino, más redondo y liso que una vara de marfil. Cada tarde, la diosa, sentada en una roca a la sombra del bosque, contemplaba al trabajador martillando con furia, y cantando, con rígida alegría, un canto de marinero. Y, ligeras, en las puntas de los pies pulidos, por entre la arboleda, las ninfas, escapando a su tarea, acudían a admirar, con los ojos deseosos y fulgurantes, aquella fuerza solitaria, que soberbiamente, en el arenal solitario, iba erigiendo la nave.

En fin, en el cuarto día, de mañana, Ulises concluyó de encuadrar el timón, que reforzó con hilos de amianto para el mejor reparo contra el viento y el embate de las olas.
Después, sin descanso, amarró la vela que las ninfas le acercaron y con un esfuerzo sublime, con los músculos tiesos y las venas hinchadas, empujó la barcaza hacia las espumas del mar, tan concentrado en su labor que él mismo parecía estar hecho de troncos y de cuerdas. Lugo extendió los brazos alabando a los dioses inmortales.
Mientras, como la obra estaba acabada y la tarde estaba reluciente, en vistas a la partida, la diosa Calipso llevó a Ulises a la fresca gruta a través de las violetas y las anémonas. Con sus divinas manos lo banó en una concha de nácar, y lo perfumó con esencias sobrenaturales, y lo vistió con una túnica hermosa de tela bordada, y lanzó sobre sus hombros un manto impenetrable a las neblinas del mar, y le extendió sobre la mesa, para saciar su hambre voraz, las comidas más sanas y más finas de la tierra. El Héroe aceptaba los amorosos cuidados, con paciente magnanimidad. La diosa, de gestos serenos, sonreía taciturnamente.
Después ella tomó la mano callosa de Ulises y por el borde del mar lo condujo a la playa, donde una ola mansamente lamía los troncos de la balsa. Bien estructurada. Ambos descansaron sobre una roca musgosa. Nunca la Isla resplandeció con una belleza tan serena, entre el mar tan azul, sobre un cielo tan suave. Nunca el agua fresca de Pindo bebida al caminar, ni el vino dorado que provenía de las colinas de Quio fueron tan dulces de sorber que ese aire traspasado de aromas, compuesto por los dioses para el respirar de una diosa.
La frescura imperecedera de los árboles entraba en el corazón y casi pedía la caricia de los dedos. Todos los rumores, los de las libélulas en la hierba, o el de las ondas en la arena, o el de las aves en las sombras frondosas, surgían, suave y finalmente fundidos, como las armonías sagradas de un templo distante. El esplendor y la gracia de las flores retenían los rayos pasmados del sol. Tantos eran los frutos del vergel, y de las espigas en las mieses, que la Isla parecía ceder toda su peso ante el mar.
Así, la diosa, al lado del Héroe, levemente suspiró, y murmuró con una sonrisa frágil:
-Oh!, magnánimo Ulises, tu ciertamente partes! El deseo te lleva hacia la mortal Penélope, y a tu dulce Telémaco, que dejaste en tierra, cuando Europa corrió contra Asia, y ahora ya sustenta en la mano una lanza temida. Siempre de un amor antiguo, con raíces profundas, brotará más tarde una flor, igualmente triste. Pero dime! Si en Itaca no te esperase ninguna esposa, tejiendo y destejiendo el telar, y un hijo ansioso, que mira con ojos incansables hacia el mar, dejarías tu, hombre prudente, esta dulzura, esta paz, esta abundancia y belleza inmortal?
El Héroe, al lado de la diosa, extendió el brazo poderoso, como en al asamblea de los reyes, delante de los muros de Troya, cuando plantaba en las almas la verdad persuasiva:
- Oh! diosa, no te escandalices! Pero así no existieran, para que parta, ni mi hijo, ni mi esposa, ni mi reino, yo afrontaría alegremente los mares y la ira de los dioses! Porque, en verdad, Oh! diosa muy ilustre, mi corazón saciado no soporta mas esta paz, esta dulzura y esta belleza inmortal. Considera, oh! diosa, que en ocho años nunca vi el follaje de estos árboles ponerse amarillo y caer. Nunca este cielo rutilante se cargó de nubes oscuras, ni tuve la fortuna de extender, bien abrigado, mis manos al dulce fuego, cuando la tormenta brutal se descargase en los montes. Todas esas flores que brillan en sus tallos son las mismas, oh! diosa, que admiré y respiré, en al primera mañana que me mostraste estos prados perpetuos:- y hay lirios, que odio, un odio amargo, por la impasibilidad de su blancura eterna. Estas gaviotas repitan tan incesantemente, tan implacablemente, su vuelo armonioso y blanco, que me escondo de ellas, como otros se esconden de las cosas harpías! Y cuántas veces me refugio en el fondo de la gruta, para no escuchar el murmullo siempre lánguido de estos arroyos siempre transparentes! Considera, oh! diosa, que en tu Isla nunca encontré un charco, ni un tronco podrido, ni el cuerpo de un bicho muerto y cubierto de moscas zumbidotas. Oh! diosa, hace ocho años, ocho años terribles, que estoy privado de ver el trabajo, el esfuerzo, al lucha y el sufrimiento. Oh! diosa, no te escandalices! Ando esperanzado por encontrar un cuerpo quejoso sobre un fardo, dos vacas sudorosas, empujando un arado, hombres que se insulten en un puente, los brazos suplicantes de una madre , que llora, un cojo, sobre su muleta, mendigando a las puertas de una villa...Diosa, hace ocho años que no miro una sepultura...No puedo más con esta serenidad sublime! Toda mi alma arde en deseo de ver las cosas que s e deforman, que se curtan, que se despedacen, que se corrompan...Oh! diosa inmortal, muero con añoranzas de muerte!
- Inmóvil, con las manos inmóviles en el regazo, envueltas en el velo amarillo, la diosa escuchaba, con una sonrisa serenamente divina, el furioso quejido del héroe cautivo...Mientras tanto, ya por la colina las ninfas, siervas de la diosa, descendían trayendo en al cabeza los jarros de vino, los sacos de cuero, que la intendente venerable mandaba para abastecer la balsa. Silenciosamente el héroe gozaba de la abundancia generosa que en ese momento se le presentaba para el viaje. Las ninfas se sentaron en círculo sobre la arena alrededor de la diosa para contemplar la despedida, el embarque, las maniobras del Héroe sobre las crestas de las olas......
- Entonces, una cólera se encendió en los afilados ojos de Ulises. Y, delante de Calipso, cruzando furiosamente los valientes brazos exclamó:
- Oh! diosa, piensas de verdad que nada falta para que yo parta y navegue? Dónde están los ricos presentes que me debes?. Ocho años, ocho duros años, fui el huésped magnífico de tu Isla, de tu gruta, de tu lecho.........Siempre los dioses inmortales determinaron que a los huéspedes, en el momento de la partida, se le confieran considerables recompensas! Dónde están ellas, oh! diosa, esas riquezas abundantes que me debes por costumbre de la tierra y las leyes del cielo?
- La diosa sonrió, con sublime paciencia. Y con sus palabras etéreas:
- Oh! Ulises, tu eres claramente el más interesado de todos los hombres! Y también el más desconfiado, puesto que supones que una diosa negaría los presentes debidos a aquel que la amó.....Sosiégate, oh1 sutil Héroe...los ricos presenten no tardan, grandes y relucientes.
- Y, ciertamente, por la suave colina, otras ninfas descendían, ligeras, con los velos ondulantes, trayendo en sus brazos alforjas lustradas, que centelleaban al sol!
- El magnánimo Ulises extendió las manos, con los ojos devoradores..Y, mientras ellas pasaban sobre la rampa hacia la balsa, el Héroe contaba, astuto y valuaba los tesoros...
- Tan rico y bello era el vaso de oro que la radiante ninfa llevaba posado en su hombro, que Ulises detuvo a la ninfa, le arrebató el vaso, lo sopesó, lo miró, y gritó con una risa estridente:
- Este es oro del bueno!
- Después de atadas sobre el largo de la barca las alforjas preciosas, el Héroe con impaciencia, arrebatando el hacha, cortó la cuerda que ataba la balsa a un tronco de roble, y saltó para la proa que la espuma alta envolvía. Pero entonces, recordó que no besó a la generosa e ilustre Calipso! Rápidamente, recogiendo su manto, nadó a través de la espuma, corrió por la arena, y estampó un beso sereno en la frente de alabastro de la diosa. Ella se prendió levemente de su hombro robusto y dijo:
- Cuántos males te esperan, oh! desgraciado! Antes te quedarías mejor, para toda la inmortalidad, en mi Isla perfecta, entre mis brazos perfectos...
- Ulises retrocedió, con un bramado terrible:
- Oh! diosa, tu irreparable y supremo mal está en tu perfección!
- Y, a través de la ola, huyó, trepó ardientemente a la barca, soltó la vela, enfrentó el mar, partió para los trabajos, para las tormentas, para las miserias- para la delicia de las cosas imperfectas!

Los amantes (1995)

Cortante como el filo de una espada
así es cada noche
-la noche esperada-
cuando estoy a tu aldo
sin que el dolor cese.

Porque a tu lado están
mi alma, mi mente, mi cuerpo,
jugando con lo que no me pertenece:
tu alma, tu mente, tu cuerpo.

Y sin que el dolor cese,
como en una versión ignorada,
en gestos ocultos,
palabras calladas,
evasiones que son lutos
de mi propia ternura
paso a tu lado desprendida en dolor.

Y así cada noche
-la noche esperada-
me quedo sin ecos,
sin magias, sin vos.

Rutina (1995)

Amor, a veces
la rutina se agiganta,
da dos pasos
o más y yo
me siento poquita cosa.
Pero es entonces cuando tu mano
grandey firme
se agiganta
aún más
y trabaja
con mas fuerza
sin dejar de lado
las caricias ni
los buenos tratos.
eso me alegra,
porque es entonces
que me siento segura.
La sonrisa vuelve
a ser fresca.
El beso es espontáneo.
El café que preparo
tiene
sabor
a orgullo.
Y todo, todo,
vuelve a ser nuevo,
con el amor
de siempre.
Es allí
cuando entiendo
que es inevitable,
que es muy simple,
mi amor, quererte.

Pedido (1995)

Devuélmene en tu paz
los jirones de mi vida
Y que sólo tu fe me
hamaque la alegría

Porque quiero seguir
asombrándome del mundo
Y tener los cuatro ojos
de los puntos cardinales.

Águila Negra (1995)

Águila negra
ayer pasaste
O tal vez pasó
tu desmedido
vuelo, una y mil

veces por
mi cabeza.

En cada vuelo
tu libertad
es un mar negro
en donde fijar
mis ojos
como si fueran
estrellas.

Pero amarte
es mucho.
Mi lugar y mi
firmamento
se van en
tus oleadas

Por eso te pido:
No dejes que
se desprenda
una sola
de tus plumas
que mi
incertidumbre
de vuelo
la atraparía
Águila negra

Águila amada
entero de vos
mismo
Águila libre
desprendete:
Para mi
lugar y mis
vacíos
quiero tu libertad.

¿Quien no copió alguna vez a Miró? (reproducción)


Elefante persa


Las jirafas del sueño de Dalí


Zapatitos Marroquíes


Canción (Mário Quintana) (traducción)


Llevé un caracol a mi oreja
Una concha de caracol.
Escuché
Voces amadas
Que yo juraba
Eternamente perdidas.
Una había entre las otras más grave
Tan clara y alta se erguía...
Que yo costee más descubrí que era mi propia voz:
Sesenta años había
O más
Que allí estaba encerrada.
Mi Dios, las cosas que preguntaba!
Yo las dejé sin respuestas.
Las otras voces, más graves
Tampoco
Ninguna le respondía.
El mundo es una bocina hueca,
Chiquito...
Mundo de voces perdidas
En donde apenas el eco
Eternamente
Repite las mismas preguntas.

A mi amor (Drummond de Andrade)

Carlos Drummond de Andrade, Machado de Assis, Mário Quintana....todos ellos escritores geniales de las primeras letras del Brasil.......cuelo algunas traducciones que hice ya que no se consiguen en el país....son grandiosos.


Tengo palabras en mí
buscando un canal,
son rocosas y duras, irritadas, enérgicas,
comprimidas de tanto tiempo,
perdieron el sentido, apenas
quieren explotar.

Todo es vos, que te anunciás.
Toda forma nace una segunda vez
y se torna infinitamente nacimiento.


























miércoles, 15 de julio de 2009

Mujeres en tres generaciones


A portugal (2009)


Eu adoro Portugal e seus fados...

A PORTUGAL

Lisboa te ocultas
Cuando quiero pensarte
Pisando mis pies
En tu ciudad de puertos
Cabes en los jazmines
Que bordean mi cama
Y la frescura de tu vino
Me aroma en el vientre
Nunca me arrimé a tu orilla
Ni probé tu vino verde
Ni subí a la luna de Oporto
Ni Fátima recogió todos mis rezos
Pero tengo la certeza
De que mis canciones y tus fados
Están hilados y de tal modo
Que el acento de tu lengua
Conocerá a mi boca